Bahía Blanca cuenta con alrededor de 200 edificios y lugares que permiten vincularnos con nuestro pasado, con nuestra idiosincrasia y tradiciones. Esta conexión con el patrimonio es de suma importancia para la construcción de la identidad cultural, tanto individual como colectiva. Sin embargo en nuestra ciudad muchas obras se han perdido, y con ellas, su valor artístico, cultural e histórico. Esto implicó una verdadera amputación al patrimonio arquitectónico bahiense, como testimonio que eran de su crecimiento y evolución.
Es importante destacar que en Bahía no existe ninguna legislación que proteja a los bienes patrimoniales. Todo parece quedar al libre alberdrío de los ciudadanos y su conducta. Por esta razón, la actitud de los vecinos para defender el patrimonio urbanístico de la ciudad, es imprescindible. Son ellos los que deben adoptar ese rol, porque lamentablemente a la hora de tomar la decisión de preservar un lugar, siempre hay intereses contrapuestos.
En nuestra ciudad podemos observar dos ejemplos antagónicos con respecto a la reacción de la comunidad: el restaurante de comidas rápidas Mc Donald’s y la vivienda de un destacado protagonista de la historia de la sanidad local, Leónidas Lucero.
Ubicado en la calle Lamadrid 37, el consultorio médico de Leónidas Lucero era un ícono de aquel modesto poblado de 3.200 habitantes, que conocía más de carencias y limitaciones que de expectativas y proyectos. Allí atendía, dos días a la semana y de manera gratuita, a los «pobres de solemnidad». Considerado un héroe de nuestra historia, Leónidas fue fundador y primer director del hospital Municipal (que hoy lleva su nombre), cofundador de la Biblioteca Bernardino Rivadavia y premiado con medalla de oro por el Concejo Deliberante por su actuación en la segunda epidemia de cólera que sufrió la ciudad. Pese a su gran dedicación a la salubridad bahiense, la indiferencia se apoderó de los vecinos y funcionarios. Si bien su vivienda estaba incluida en el listado patrimonial, el poder legislativo la desafectó del mismo, permitiendo así su demolición. Hoy en día producto de la transformación del paisaje urbano , aquel lugar que alguna vez fue refugio para muchos, se convirtió en una cochera y lavadero de automóviles.
Diferente fue el accionar de los vecinos ante la llegada de Mc Donald’s a Bahía Blanca, que decidió ocupar una casona construida en 1910, en la esquina de calles Brown y Fitz Roy. La noticia de su demolición generó gran malestar entre los ciudadanos, ya que entre otras cosas, la atractiva cúpula de la casona era una referencia de la ciudad. El grito no se escuchó tan fuerte como hacer cambiar los planes de la empresa, y su destrucción fue inminente. A cambio de su valiosa presencia, Mc Donald’s construyó una playa de estacionamiento y su típico local de comidas. Para compensar tamaño daño, a la firma se le ocurrió «recuperar» parte de la cúpula demolida y colocarla en una de las paredes del lugar. Lo que pretendió ser un tributo, para muchos es una irrespetuosidad mayor de exhibir sin pudores el trofeo de su pieza mayor.
Casos como los anteriores, en Bahía Blanca hay muchos. Bienes patrimoniales que desaparecen por nuevas obras jamás realizadas, especulación inmobiliaria o simple desidia pública. Por eso, la necesidad de formar una cultura social que convierta a cada ciudadano en protector de estos bienes y de estar atentos para reaccionar ante cualquier intervención que se considere inadecuada. La capacidad de leer el trasfondo, de superar lo obvio, de entender que detrás de cada edificio o ciudad hay una historia. Ver más allá de lo evidente. Como dijo Daniel Libeskind, «la memoria es una parte intrínseca de la arquitectura, porque sin saber donde hemos estado, no tenemos idea de hacia donde vamos».
Alvarez Reyuk Florencia
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