Aún recuerdo aquellos días del verano del ése cada vez más lejano 2022, nunca fui un gran fanático del fútbol en general, pero aún sigo recordando aquel día como si lo hubiera vivido ayer, no era para menos, la albiceleste había vuelto a una final del mundo casi 10 años después de la bochornosa derrota contra Alemania en la final de Brasil, hasta alguien como yo al que nunca le había llamado la atención los partidos estaba ciertamente ilusionado de poder ganar la tan deseada tercera copa de mundo.
Solo queda imaginar lo que sentían aquellos que poseían un fanatismo casi religioso al fútbol, hinchas con una pasión tan incandescente como una estrella y una determinación tal, que estarían dispuestos a conquistar una nación ellos solos, si con eso ayudaban a su selección, la emoción por la tercera era una que el país nunca había presenciado en su historia.
Miles o cientos de miles de hinchas se aglomeraron alrededor de masiva pantalla a lo largo de todo el país, poco importó que aquel día hiciera casi treinta grados y que el asfalto estuviera tan caliente, que tan siquiera sentarse sin quemarse no fuera posible, los hinchas acudieron en masivos grupos para ver a su selección jugar la gran final del mundial de Qatar.
Pero no hay que confundirse, no eran un grupo homogéneo en lo absoluto, cada hincha era diferente, algunos sin remeras pero con casi toda la cara y el pecho pintado con los colores blanco y celeste acompañado de extravagantes pelucas con los colores nacionales, otros vestían más simple, pero a cambio cargaban enormes banderas Argentinas, algunas eran simples, un palo que casi siempre era el de la escoba o de una planta del vecino que arrancaron sin su permiso, otros se juntaban en grupos para llevar grandes banderas que podían ocupar toda una calle, otros tenían todo el rostro pintado y remeras de la selección, cuyas mangas solían estar arrancadas, estos solían ser los muchachos ruidosos, cargaban consigo enormes bombos los cuales hacían retumbar la tierra en la previa del partido y hacía incapaz de comunicarse verbalmente con otros hinchas, otros venían en grandes conglomerados, subidos en la caja de una camioneta y junto a ellos usualmente venía un parlante, que al ritmo de “muchaaaaachooos” hacían que los hinchas se envalentonaran y cantaran al unísonos.
Esto son solo algunos ejemplos, pues nombrar a cada tipo de hincha del ecosistema argentino, daría para un libro que dejaría a Charles Darwin como un naturalista aficionado, pero ya con lo descrito en suficiente para imaginarse que el país entero estaba emocionado por esta final.
Pero una vez el partido que lo definiría todo empezó el silencio gobernó el país, los bombos habían cesado, lo hinchas habían silenciado sus cánticos, el aire dejó de recorrer las trompetas, en aquel momento hasta el sentido más primitivo de cada argentino de la nación ahora estaba única y exclusivamente centrado en el partido que se disputaba contra la Francia de Killian Mbappe.
El primer tiempo fue catastrófico para Francia, la selección de Scaloni había demostrado una amplia superioridad, asestando dos goles en el primer tiempo, goles que se sintieron y escucharon en todo el país y los alrededores al grito de “GOOOOOOOOOOOL”, acompañado de las trompetas y bombos que se escucharon más fuerte que nunca, fue tal la superioridad argentina que en el entretiempo, el técnico de Francia dio su puño contra la mesa del vestidor, mientras exclamaba con furia y frustración “ellos están jugando una puta final del mundo y nosotros no”
Pero como si al mismísimo Dios le encantará hacernos sufrir, el partido pegó un giro de 180 grados en el segundo tiempo, Mbappe el jugador estrella de Francia, demostró en aquel tiempo porque es el mejor de su selección, casi como si su bestia interna hubiera roto sus cadenas a partir del minuto 80, el rayo francés acertó dos goles en menos de dos minutos, la amplia superioridad de argentina había sido destruida por un solo hombre en un instante, algo que solo era comparable con las hazañas de gigantes del fútbol del siglo pasado como Maradona o el mismísimo Pelé.
Toda argentina se sumió en un silencio insoportable por unos segundos, segundos que se sintieron una eternidad, en la mente de aquellos que intentaban comprender qué es lo que había ocurrido, silencio que no fue más que un indicativo de que la verdadera final había empezado.
Los siguientes 50 minutos fueron de una absoluta batalla entre titanes del fútbol, un baile mortal más parecido a una guerra de desgaste, donde nadie lograba imponer una ventaja decisiva, cada jugador de los dos equipos lo dio absolutamente todo, cada gramo de energía invertida única y exclusivamente en intentar superar a un rival, cuya habilidad parecía estar exactamente a la par, un rival con el ataque de un tigre de la gran Siberia y una defensa tan perfecta, que hacía ver a la gran muralla China, como una simple pared de durlock fácil de burlar, nadie podía permitirse fallas en un contexto donde eso implicaba perder el premio por el que tanto habían luchado.
Aquel empate eterno se rompió en el minutos 108 con un gol de Messi, gol que hizo que la nación entera saltara de alegría ante el fin del empate, alegría que no duraría, pues la bestia demostraría su poderío una vez más, metiendo un gol en el minuto 118, un gol que había regresado el statu quo previo, el rayo francés con aquellos goles, estaba dejando a sus compañeros de equipo como simples jugadores de cuarta división, casi parecía que el equipo era únicamente Mbappe y aun así estaba dando la pelea de su vida a la mejor selección nacional que había visto argentina en este siglo, los últimos 12 minutos fueron de un enfrentamiento casi total, donde cada selección uso cada jugada y recurso disponible para desempatar la final de sus vidas, una guerra donde los jugadores estaban dando el 100% de sí mismos, llevando sus cuerpos a un desgaste para el cual ni los más avanzados entrenamientos los habían preparado.
Al minuto 123 media nación casi padece un infarto, cuando en una jugada Francia consiguió que un delantero lograra evadir las defensas argentinas, quedando solo el Dibu Martínez como única esperanza para evitar un desastre, un enfrentamiento glorioso que acabó con el Dibu salvando la posición y arrebatando cualquier esperanza de gol a los franceses, aún recuerdo como mi hermano de la emoción golpeó un ventilador que teníamos en nuestra habitación, el cual después de semejante puñetazo no volvió a funcionar bien.
Así llegamos al minuto 130, fin del partido, 3 a 3, los jugadores estaban destruidos, todos jadeando de forma que casi parecía que les faltaba el aire y varios estaban cubiertos de pies a cabeza en sudor, como si toda el agua que componen cuerpo humano saliera por los poros de la piel.
Llegó el momento que puso contra la silla a 45 millones de personas, los penales, 3 penales acertados contra 2 de Francia, todos estaban presenciando a Montiel en el arco, la gran esperanza de que este tormento de partido al fin terminara, aún recuerdo a mi viejo decir de fondo “este no falla nunca un penal no puede fallar ahora” todos estaban con el corazón en el pecho y ocurrió.
Gol de Montiel
Todo el estadio se sacudió en consecuencias de miles de hinchas saltando de la más pura euforia, los jugadores argentino salieron corriendo directo a Montiel, mientras que Dibu Martinez yacía tirado en medio de la cancha tras que su cuerpo se rindiera al cansancio una vez obtenida la victoria, los narradores lloraban de alegría al ver a sus selección resurgí como ave fénix tras décadas de no ganar nada, los bombos se hicieron sentir y el confeti blanco y celeste tiñeron todo el estadio y las calles de Qatar, las canciones de los hinchas resonaron en el silencioso desierto, donde varios locales se preguntaban qué eran esos canticos repentinos, los cuales parecían estar en un idioma que no comprendían.
Aún recuerdo a mi familia preparándose para la celebración que se viviría en la municipalidad, todos con pinturas en la cara y remeras de la selección, las celebraciones fueron majestuosas, enormes conglomerados de gente cantando a todo pulmón, banderas ondeando en cada esquina, gente saltando y festejando con enormes vasos cargados de vino o Fernet mientras tiraban cualquier cosa que se les cruzaba al cielo, hielo, vasos, alpargatas o inclusive panes dulces comprados aprovechando que se acercaba navidad.
Pero todo eso palideció con lo que vino después, el día que la Scaloneta volvió con la copa a casa millones acudieron al obelisco para festejar a lo más grande, todo lo anterior que he ido mencionando en este relato multiplicado por 100, entre 4 a 7 millones de personas acudieron a aquel evento, una amalgama de gente de todas las edades, géneros y etnias se reunieron para festejar el enorme triunfo, fue tanta la gente que el colectivo que llevó a los jugadores tardo 8 horas en recorrer apenas 10 kilómetros mientras intentaba abrirse paso entre el mar de argentinos que lo rodeaban, nadie se atrevió a tocar ni lanzarle nada al colectivo, ni siquiera aquellos que les encantaba despotricar contra la selección por razones políticas sin sentido, pues sabían que quien lanzará la más mínima piedra sería instantáneamente agarrado y molido a golpes con tal brutalidad, que harían que lo que antes era un humano fuera reducido a una masa carnosa sin forma, esto sin que las autoridades pudieran hacer nada, eso si es que tan siquiera se molestan en intentar salvar a un alguien que se buscó aquel destino.
Imágenes legendarias quedaron de esta victoria, Messi besando su tan ansiada copa, el Dibu, Scaloni borracho en el colectivo, las imágenes de gente con banderas montadas lo más alto del obelisco, todo ello quedará para el recuerdo histórico de cuando un equipo de fútbol devolvió la unidad y la alegra al golpeado pueblo argentino después de 36 años.