Es sabido que el sol de la media tarde es algo con lo que no se debe jugar, nosotros nos acordamos de esto cuando emprendimos viaje hacia el predio de la rural el día domingo, día de discursos y premiación.
Ya en el colectivo de ida sabíamos que nuestra higiene personal decrecía con cada momento que pasaba, el calor se hacía presente y solo iba en aumento. Ya eran las tres y media de la tarde y estábamos llegando, para nuestro gusto, tarde.
River estaba disputando su pase a semis en la Copa Argentina y, aunque Sarmiento estaba dando pelea, se lo veía ganando al equipo de Gallardo. Claro que esto no les impidió a mis compañeros escuchar el partido hasta arribar al evento, donde toda comunicación se cortó e imposibilitó seguir disfrutando del fútbol del domingo.
“¿Y ahora?¿Para dónde encaramos?”
Pensamos los cuatro al mismo tiempo.
Nunca se me hubiera cruzado por la cabeza el tamaño de ese predio. Galpones, corrales, carros de comida, maquinaria de exposición, más corrales…
Al entrar sentí como me transportaba a cuando tenía 10 años e iba a visitar a mi “Tío negro”, un pariente lejano del cual era exactamente nuestra relación de sangre, “Tío” era más que nada un título honorario.
En el precario terreno que él solía tener, dedicaba su tiempo libre a criar gallinas, algún que otro cerdo y a cultivar sus propios vegetales. El aroma del ambiente (que cambiaba totalmente a lo que respirabamos minutos antes de entrar) me convertía de vuelta en ese niño cuya única actividad en la casa de su tío de mentira era corretear a las gallinas y a robar tomatitos de por ahí.
Ese niño se reflejó, a su vez, en los y las pequeñas que daban vueltas en la rural junto con sus familias, pequeños y pequeñas que parecían salidxs de una realidad totalmente diferente de la que uno suele ver.
De tener la imagen de un chico sin despegar las manos de su smartphone de última generación a ver a una niña que parecía montar su primer caballo, ayudada por profesionales, y que disfrutaba de la actividad como si fuera de otro mundo, saludando a la cámara de fotos de su madre que mira con emoción la felicidad de su hija.
Cerca de ese escenario veo a un chiquilín de unos cinco, seis años descubriendo, con toda la rebosante curiosidad que debe tener alguien de su edad, que existen animales similares a las palomas (imagino que pensó) mientras admiraba a cierto grupo de pavos que se encontraban dentro de un pequeño corral con la leyenda que decía “No tocar”, que ignoró totalmente mientras trataba de acariciar a estas exóticas especies que acababa de descubrir.
“Dale, sigamos dando vueltas” dijimos, y nos dispusimos a recorrer todo lo que pudiéramos mientras nos quedara tiempo.
Cualquier cosa que se pudiera imaginar con respecto a la ganadería y agronomía, puedo asegurar que se encontraba ahí. Maquinaria super pesada, de todo tipo y color.
Algunas concesionarias de autos aprovecharon la ocasión para mostrar los precios de sus camionetas todo terreno, ideal para cualquier tipo de actividad que estuviera relacionada con el campo.
A un costado, casi ocultos, una exhibición de autos antiguos, casi de colección se podría decir. Uno particularmente nos llamó la atención. Un falcon, de esos que son indestructibles, teñido de negro con alguna que otra modificación en los faros traseros. El parabrisas de atrás servía como documento de identidad del vehículo y nos revelaba como se llamaba. “El batimóvil”, lo debimos haber visto venir, Bruno Díaz estaba visitando la ciudad y decidió dar una vuelta por el predio de la sociedad rural.
Hacia otro costado, en la otra punta prácticamente, estaban los ovinos. Ovejas.
Yo pienso que si alguna vez utilizaron la estrategia de “contar ovejas” para conciliar el sueño, estas ovejas son las que uno se imaginan. Animales cuya primera impresión es pensar en su “esponjosidad”, en soñar qué sería poder dormir una siesta utilizando alguna como almohada, suena casi como una publicidad.
Caminamos un poco más y encontramos lo que originalmente nos convocaba, los bovinos, esos magistrales animales que llegan a pesar más de 350 kilos, animales puramente de competición, lo mejor de lo mejor.
Soy argentino, ¿Cuál pudo ser la primer pregunta que se me ocurrió? Y claro, “¿Cuántos asados saldrán de acá?”. Fue una pregunta que me reservé y que dudo algún día pueda responderme, pero calculo que muchos, muchos asados.
Nos encontramos dando vueltas a los corrales de estos inmensos animales jugando a adivinar cuánto pudiera pesar cada uno hasta que decidimos que ya era momento de irnos, las nubes grises del cielo nos avisaban que no podíamos quedarnos mucho tiempo más.
Dando un par de vueltas más pensando la experiencia que era poder presenciar lo que es el día a día para varios en este país, su forma de subsistencia y de cómo muchas personas dedican su vida entera para y por esto, encontramos el camino que nos llevaba a la ruta de vuelta, justo ahí, entre los ovinos y los bovinos.
Escrito y publicado por Luciano Viale.