De todos es conocido el efecto placebo, ese que hace que algo que no es un medicamento, ni ejerce ninguna acción terapéutica, tenga un efecto medible sobre la salud. Su estudio oficial empezó en el año 1800 cuando el doctor británico John Haygarth publicó un libro con el elocuente título de Of the Imagination as a Cause and as a Cure of Disorders of the Body (de la imaginación como la causa y la cura de los desórdenes del cuerpo) en el cual se hace el primer estudio sistemático de la capacidad de curación de métodos sin valor terapéutico.
Más de 200 años después, poco más sabemos sobre el placebo. Durante estos dos siglos se ha empleado sistemáticamente como herramienta de control para determinar la eficacia de miles de fármacos, pero el efecto en sí ha recibido poca atención.
El experimento de las varillas milagrosas
Haygarth compró un Tractor, fabricó otro similar de metal, sin ser de la aleación secreta, y otro de madera que pintó de color metálico para darle la apariencia de metal; y con esas tres varillas (una ‘real’ y dos falsas) empezó a tratar a los pacientes en su consulta diciéndoles a todos que era la varilla auténtica. Los resultados que recoge el libro demuestran que el porcentaje de éxito era idéntico, utilizara la varilla que utilizara.
Con este sencillo experimento demostró a la vez que las varillas eran un fraude y la poderosa influencia de la actitud y la motivación del paciente en la enfermedad.
Los efectos reales
El efecto placebo es del que se aprovechan terapias no efectivas como la homeopatía. Otro mito asociado al placebo, y que muchas veces esgrimen los defensores de la pseudomedicina, es que si fuera un placebo no funcionaría en bebés o en animales. Esto no es cierto y hay numerosos estudios que lo demuestran. Los animales y los bebés también sienten la atención o los cuidados que les prestamos y eso tiene un efecto medible en la curación de la enfermedad.
Y no debemos olvidar que el efecto placebo tiene dos hermanos tenebrosos. El efecto nocebo es cuando piensas que algo inocuo te va a hacer daño y realmente te lo hace. Este efecto está detrás que muchas patologías psicosomáticas. Y también está el efecto lessebo, que sucede cuando participas en un ensayo clínico, piensas que te estás tratando con el placebo porque te han incluido en el grupo de control cuando en realidad te están tratando con el fármaco experimental. En esas condiciones un fármaco efectivo puede dejar de tener efecto.
De la misma forma se ha visto que el efecto placebo es dependiente de una familia de neurotransmisores llamados catecolaminas -a la que pertenecen la adrenalina, la noradrenalina y la dopamina- implicados entre otros factores en la respuesta al estrés. El trabajo reciente de científicos como Kathryn T. Hall, bióloga molecular, y Ted J. Kaptchuk, jefe del Programa de Estudios del Placebo de la Facultad de Medicina de Harvard, que han descubierto que determinadas mutaciones en una enzima llamada catecolmetiltransferasa (COMT) -que alteran los niveles de estos neurotransmisores- pueden predecir si un paciente va a presentar un mayor o un menor efecto placebo, demostrando que este efecto puede tener una base genética.
Si el efecto placebo es el resultado de una serie de sucesos neuroquímicos relacionados con esta enzima y los neurotransmisores que regula, ¿qué impediría a las farmacéuticas crear un medicamento que controle ese proceso en la dirección deseada?
Nos queda mucho por saber sobre la relación mente-cuerpo y su efecto sobre la enfermedad, aunque cada vez tenemos mejores herramientas para estudiarla. La ciencia le está comiendo el terreno al espíritu, también en medicina.
realizado por: Tomas Bernabe.